Se cumplirán 20 años de uno de los crímenes más conmocionantes de General Piran y el país

Se cumplirán 20 años de uno de los crímenes más conmocionantes de General Piran y el país

«Lo hice para que no sufrieran más», le dijo al por entonces fiscal del caso Dr. Gustavo Fissore, el hombre que ahorcó, descuartizó y quemó a sus dos hijos en General Piran el 17 de noviembre de 1999, por venganza a su ex esposa. Casi dos años después, Juan Carlos Merlo, de 34 años en aquel entonces, fue condenado a reclusión perpetua. El caso tomó estamento nacional y la tranquilidad de un pueblo avícola, sin grandes precedentes, se vio ultrajada.

Los entretelones que había entre el matrimonio, separado recientemente y que se disputaba la tenencia de sus dos hijos, un niño de 5 años y su hermana de 4, tuvo un desenlace fatal. El hombre, premeditó un escabroso fin para sus hijos, los ahorcó con una soga, los quemó, los descuartizó y arrojó sus restos a un arroyo.

Encontrar los cuerpos de Carlos Maximiliano y Florencia Micaela llevó dos días. Incluso un día más hallar despojos de los mismos, ya que el felicida, al no poder deshacerse de ellos con fuego, decidió seccionarlos con una pala, para luego tirarlos en el Arroyo Chico.

Más de cincuenta testigos aportaron datos importantes a los magistrados Enrique Ferraris, Reinaldo Fortunato y Rodolfo Guimareis, integrantes del Tribunal Oral N° 2, durante el desarrollo del juicio a Merlo. Estos testimonios permitieron reconstruir los hechos de aquel 17 de noviembre de 1999 en la localidad de General Pirán.

El asesino, era un herrero, que se había separado de su esposa desde hacía por lo menos dos años atrás, pero tenía en disputa la tenencia de los jovencitos de 4 y 5 años. El día del crimen se fue en bicicleta con sus dos hijos con la excusa de realizar un paseo. El final del mismo, fue en una estancia de las inmediaciones de General Piran.

Al anochecer, según el mismo Merlo confesó durante sus declaraciones, les dio vino a los niños para adormecerlos. Primero mató al menor con un golpe en la cabeza y posterior estrangulamiento. Luego repitió la técnica con la niña.

Para deshacerse de los cuerpos, los trasladó por un camino vecinal que conduce a Ayacucho. Allí los dejó hasta volver al pueblo para comprar nafta, con el fin de alimentar la hoguera con la que intentó hacer desaparecer los cadáveres. Y como el fuego no los destruyó totalmente, con una pala seccionó los restos y los tiró al cauce del arroyo.

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